El imposible encuentro de René y Bento
Roberto Peña León
I
El caballero francés, algo desgarbado pero de paso firme, camina por las calles de Ámsterdam, cruzando los canales sin fijarse demasiado en nada, pero sin perder detalle de lo que pasa alrededor. Ni siquiera gira la cabeza, pero parece verlo todo. Un buen amigo suyo le ha dicho alguna vez que, con esos ojos tan enormes, no necesita apenas mover el cuello para tener una visión completa de todo lo que le rodea. René (así se llama nuestro protagonista) sonríe ahora al recordarlo, quizá porque ha visto un ramo de tulipanes amarillos asomando apenas en una pequeña ventana, casi escondida en la pared entre una carreta medio abandonada y una especie de tonel viejo y destartalado.
René no lo sabe, pero va a vivir un momento especial, casi diríamos mágico. Y, sin embargo, no va a ser consciente de tal evento. Para él será simplemente una anécdota graciosa, que relatará más tarde a algún conocido cuando regrese a casa, pero que olvidará rápidamente, enfrascado como está en asuntos de tanta importancia. De entrada, en su propia seguridad personal, que sigue amenazada por la intransigencia y el dogmatismo reinantes. Ni siquiera en Ámsterdam, una ciudad (más o menos) libre, puede sentirse completamente seguro. Pero, sobre todo, en su trabajo constante de estudio, que le ocupa casi por completo.